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El eco frustrado de un visionario. Por Eduardo García Rojas

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El jueves pasado, 11 de octubre, se presentó en el Espacio Cultural CajaCanarias Taro. El eco de Manrique, documental de Miguel G. Morales, un cineasta que se ha especializado en rescatar a un puñado de artistas y pensadores canarios cuya memoria se encontraba en serio peligro de extinción.

A Miguel G. Morales le debemos el haber puesto voz e imágenes a algunos de los miembros que integraron la revista Gaceta de arte en títulos como Aislados. La esencia de un espíritu, Maud. Las dos que se cruzan, Monsieur Domínguez, Una luz en la isla. Domingo Pérez Minik y Los mares petrificados. Domingo López Torres, entre otros. Trabajos en los que procuró reflejar su preocupación por reivindicar la labor de un grupo de hombres y mujeres que se adelantaron a su tiempo.

Visionarios que tuvieron la desgracia — o la fortuna, aunque es un debate demasiado gastado para abordarlo– de nacer en un archipiélago donde sus gentes viven en un inquietante pero también agradable sopor africano.

Algunos denominan este sopor africano como aplatanamiento.

Cuando el sopor africano –o aplatanamiento–  no es otra cosa que un estado casi permanente de tarumba existencial.

Una tarumba de la que ocasionalmente se desembarazan algunos nativos para transformarse en ovejas negras.

Así lo anota el escritor Augusto Monterroso como recordó el responsable de la Obra Social de CajaCanarias, Ávaro  Marcos Arvelo, durante su poética presentación de Taro. El Eco de Manrique.

César Manrique, el protagonista del último documental de Miguel G. Morales, es pues una de esas ovejas negras como lo fueron en su día los integrantes de Gaceta de arte, la facción surrealista de Tenerife.

Gente aparte, outsiders que si por algo son grandes es porque no renunciaron a su espíritu visionario y, en el caso de Manrique, profético aunque también amargo.

La exhibición del documental coincide además veinte años después de la muerte del artista lanzaroteño, acaecida un 25 de septiembre de 1992, en un fatal y desgraciado accidente de tráfico en Arrecife.

No es sin embargo Taro. El eco de Manrique un documental en sentido estricto sobre César Manrique ya que poca o ninguna información se da sobre la vida del artista.

Se obvia, en este sentido, claves que a mi juicio resultaban fundamentales:

¿En qué ambiente creció y se desarrolló como persona para llegar a la revelación?

Es decir, para transformarse en un visionario…

¿Cómo fue evolucionado el hombre que estuvo detrás del artista?

¿Y cómo afectó esta evolución al artista en sí?

El documental de Miguel G. Morales apenas araña estas cuestiones, prefiere decantarse por el Manrique ecologista, por el soñador que combatió a los especuladores con un entrañable y aún actual discurso crítico en defensa de su isla natal, Lanzarote.

No debe sorprender por eso que entre los invitados a participar en el documental no aparezcan personas cercanas ni expertos en arte, estudiosos de su obra plástica –que la tuvo– y sí ecologistas como Joaquín Araújo, el interesante arquitecto y teórico alemán Frei Otto y algunos de sus colaboradores, uno de los cuales pronuncia una de las frases más interesantes y demoledoras de este trabajo: “Con él aprendí a ver lo que no podía ver.”

Y en ese aspecto, Taro. El eco de Manrique no engaña pese a que se resienta por el retrato mitificador y crepuscular que ofrece de un hombre que supo domesticar el sopor africano.

El aplatanamiento.

Quizá ahí radique la clave que explique –aunque no lo explica el documental– la motivación que empujó a un isleño a regresar a su isla natal con la idea de transformarla a su imagen y semejanza.

Mas ya decía que no se trata de un documental sobre quién fue César Manrique como hombre y como artista.

En todo caso, es un retrato sobre su idea de cómo pudo materializar su idea en Lanzarote, su isla natal.

Para reflejarlo en pantalla Miguel G. Morales emplea los numerosos materiales visuales que existen de Manrique en la Filmoteca Canaria y Televisión Española para que sea él quien dé voz a esa reclamación.

A su denuncia.

Una reclamación/denuncia que desarma porque, desgraciadamente, hoy se ha convertido en aplastante realidad.

Pese a que al final vencieron los otros.

Los especuladores.

De Manrique solo nos queda su eco.

Eco que Morales materializa en una camioneta roja con altavoces que recorre las carreteras de Lanzarote y en la que vuelve a resonar la voz del artista.

De Manrique.

Ahora un eco que se confunde en el paisaje telúrico de la isla y que parece rebota en el lomo de animales tan nobles como los dromedarios…

Una voz que se repite…

Casi parece como si el cineasta quisiera decirnos que, efectivamente, aún resuena el eco de Manrique.

Claro que ¿existe ese eco?

Y si es así: ¿alguien lo escucha?

NOTA: El productor grancanario Andrés Santana prepara en la actualidad otro documental sobre César Manrique.

Saludos, sed por sed buenos, desde este lado del ordenador

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