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Solo hay una oportunidad para crear una buena impresión (I). Por Gorka Zumeta

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En el seminario ‘Presentaciones Eficaces’, que imparto en la Escuela de Negocios ESIC, hay un aspecto en el que hago mucho hincapié al comienzo de la sesión, y soy muy consciente, además, de que yo mismo soy el mejor ejemplo que puede aportarse en la explicación: me refiero a la primera impresión causada entre el público de la persona que ofrece una presentación. Yo mismo merezco la evaluación, positiva o negativa, de mis alumnos, cada curso. Ellos son los que reciben mi primer input. Y debo empezar afirmando que de este primer contacto depende el éxito del seminario (o sea, de la presentación) en un altísimo porcentaje.

Perseguir el aplauso del público es un objetivo,  pero no a cualquier precio

Una sola oportunidad

Empezaré rubricando la veracidad del título de este artículo: “Solo hay una oportunidad para crear una buena impresión”. Y ese primer contacto visual del público con el ponente dura unos pocos segundos. El cerebro humano, a través de la comunicación no verbal, es capaz, en ese tiempo, de crear un perfil de quien tiene delante. No estoy afirmando que el perfil creado por el inconsciente adaptativo sea el ajustado a la realidad. Pero sí que resulta, en la mayoría de los casos, muy aproximado. Existe una parte que responde a un pre-juicio equivocado, que es posible que a continuación no se confirme. Pero el lenguaje no verbal, a través del que recibimos el 55% de la información que nos rodea, por lo general es muy fiable.

Bert Decker, el autor del libro “You’ve Got to Be Believed to Be Heard”, mantiene que la impresión provocada en los primeros dos segundos es tan intensa que con ella el público es capaz de absorber el 50% de la información no verbal proyectada por el ponente. Decker añade que solo hacen falta otros cuatro minutos más para completar el retrato de quien realiza la presentación. Tenemos por tanto que, en menos de cinco minutos –con unos primeros segundos mucho más impactantes e intensos-, ya sabemos a quién tenemos delante, pero la fotografía no responde únicamente a rasgos físicos más o menos evidentes (belleza, fealdad, altura, vestimenta, etc.) sino a elementos tan imperceptibles como la actitud del ponente frente a su propia presentación o incluso rasgos de su personalidad.

No controlamos todas las variables

Es cierto que no somos capaces de controlar al cien por cien el impacto que vamos a causar entre nuestro público. Todos tenemos una manera de movernos, de vestir, de hablar, de gesticular, y aunque todo esto puede aprenderse (el oficio de actor incide en estos aspectos con clarividencia), lo cierto es que, pese al esfuerzo que podamos hacer –que hay que hacerlo- no somos capaces de controlar todo nuestro yo proyectado. Es más, como caigamos en el error de intentar impostarlo (y por tanto tratar de manipularlo), salvo que seamos unos actores magistrales, caeremos en desgracia inmediata, porque proyectaremos mentira, lo que provocará el rechazo automático del respetable.

El fracaso de esos pocos segundos de primer impacto entre el público, nos costará muchísimo esfuerzo remontarlo. Nuestra imagen es lo primero que se ve y lo último que se olvida. Si se genera una impresión positiva de entrada –y hay que trabajar mucho este objetivo- habremos ganado muchísimo de cara al éxito de la presentación. De lo contrario, habrá que trabajar el doble para obtener los mismos resultados, y siempre iremos luchando contra corriente.

 El tamaño del  auditorio también influye en la elección de la estrategia

Conocernos a nosotros mismos

Debemos conocernos muy bien a nosotros mismos. Éste es sin duda uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en nuestra vida. Por lo general, las personas que viven cerca de nosotros nos conocen mejor que nosotros mismos. Y esto genera una grave carencia. Un ejemplo muy gráfico: cuando nos miramos por la mañana delante del espejo, recién levantados, vemos nuestra cara posterior, pero muy pocas veces vemos nuestra cara anterior. Nadie puede ver su nuca directamente. No sabemos cómo es nuestra espalda. El ejemplo serviría como metáfora de que sólo conocemos una parte de nosotros mismos, mientras que la otra permanece oculta. Es nuestro misterio. Sin embargo, quienes nos ven perciben las dos caras, el anverso y el reverso, y tienen acceso a más información que nosotros mismos. Curioso.

Partiendo pues de que no podemos controlar el cien por cien de nuestro yo proyectado en ese inconsciente adaptativo del público al que nos dirigimos, hay que trabajar mucho los elementos que sí podemos arbitrar para intentar que la primera impresión generada resulte positiva.

El lenguaje no verbal del público es esencial como termómetro para

seguir la marcha de la presentación. Hablan sin pretenderlo

El entorno

En primer lugar deberemos definir el entorno al que nos vamos a dirigir. Nosotros también podemos hacernos un perfil genérico de quiénes nos van a escuchar. No es lo mismo hablar para un grupo de alumnos de la ESO, que universitarios de grado o postgrado. Tampoco es igual hacerlo en unas Jornadas profesionales, en nombre propio o en el de la empresa a la que representamos. Todo lo anterior no se parece en nada al compromiso de contar un cuento en la clase de tu hijo de educación infantil. Hay que adaptarse a todos los públicos y cada uno de ellos demanda una línea de salida diferente. Una actitud diferente.

Una vez encuadrado el auditorio plantearemos el resto de los aspectos. El primero de ellos, la indumentaria. No es un asunto baladí. El debate de “corbata o no corbata”, “traje o no traje”. Personalmente (y que cada uno de ustedes haga su examen de conciencia personal) yo valoraría en muy poco a un profesor de postgrado que se presentara a clase en bermudas, por mucho calor que hiciera. Ir ‘de moderno’ tendría sentido en otro ambiente, pero no en el universitario. Se puede ser muy cercano al alumno –hay que serlo-, pero no hay que equivocar los términos de cercanía con chabacanería, aunque rimen.

Continúa…

 

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