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Tony Scott, maldito sea tu ‘déjà vu’. Por Eduardo García Rojas

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Tony Scott, director de cine, toma entonces la decisión de escribir una nota anunciando su suicidio y coge el coche, recorre las calles de la ciudad de Los Ángeles y se detiene en el puente Vincent Thomas en San Pedro donde, tras sortear las barreras protectoras, se tira al vacío hasta estamparse en el suelo.

Tiene teatro, que me perdone Scott, este suicidio.

Suicidio que como todo suicidio me deja noqueado.

Son demasiados los amigos que tuve que decidieron irse de este mundo recurriendo al mismo método: asesinarse a sí mismos. Y si bien no era amigo de Tony Scott sí que me irrita, me molesta, la escenificación que ha tomado para despedirse de este mundo.

Al parecer le diagnostican un cáncer cerebral.

 

¿Por qué tirarse de un puente y no atiborrarse de pastillas, o cortarse las venas como hacían los patricios caídos en desgracia en la vieja Roma?

¿Por qué tirarse de un puente?

¿Qué pensó cuando caía al vacío?

¿Fue consciente de la conmoción, del tremendo golpe que iba a dejar entre quienes  lo amaron y odiaron?

No fue Tony Scott, ni lo es su hermano, Ridley, santo de mi devoción, pero me desarma su adiós de este mundo cruel en el que vivimos.

Lo digo porque…

En fin, al enterarme de la noticia pienso en películas del cineasta e inevitablemente recuerdo dos por diversas razones: El ansia, porque Peter Murphy, líder del grupo Bahaus, canta al principio que Bela Lugosi is dead mientras observaba envejecer como una pasa a David Bowie y disfrutaba con una tórrida y estética escena de amor entre Catherine Deneuve y Susan Sarandon; y Revenge, un negro criminal potente, rodado en Méjico, e interpretado por Anthony Quinn, Kevin Costner y Madeleine Stowe.

El resto de su filmografía me deja indiferente y si me apuran hasta me irrita. Detesto Top Gun, Días de Trueno y esas cintas de acción que rodó con Denzel Washington.

No me canso de ver, esa es la verdad, Amor a quemarropa, un guión de Quentin Tarantino y dicen que Roger Avary, aunque no se acredite, que se caracteriza por su tarantinitis aguda, pero no me convence el resto de lo que hizo, bueno, quizá salve de la quema El último boy scout porque, si bien fue un cineasta al que conocí, y muy bien porque estrenaba en esos tiempos en los que todavía no dudaba en ir al cine y gastarme el precio de la entrada, no son demasiadas las películas de Scott que tocaron mi alma.

O ese paquete de películas escogidas que me llevaría a un más allá –que no sé si existe– para no aburrirme eternamente.

Lamento el suicidio del cineasta.

Pero no termino de entender porque ese final operístico, de arrojarse al vacío desde un puente para su voluntario fundido en negro.

De hecho, fue conocer la noticia y desgraciarme el día.

Me hizo recordar ausencias que estaban dormidas y plantearme una vez más la decisión que lleva a uno a borrarse como protagonista de esta vida…

… De su propia película.

Saludos, Basta de filosofar, / no sigo más esta rima / porque ya se me aproxima /la hora de yo embarcar, desde este lado del ordenador.

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