FIRMAS Salvador García

De aquel debate, de aquel programa oculto. Por Salvador García

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Bastaría con repasar aquel debate televisado entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba para explicarse muchas cosas. Aquella contienda dialéctica en la que el favorito se pasó eludiendo y esquivando cuando era requerido para que dijese lo que iba a hacer con esta o aquella cuestión. Aquella cita ante las cámaras en la que un programa oculto empezó a mostrar las formas del que sería un gigantesco fraude electoral consumado poco después.

Ya no hay dudas: el Gobierno (PP) que preside Mariano Rajoy obra justamente en sentido contrario al que anunció, con un radicalismo ideológico que empequeñece todas aquellas críticas que recibía Rodríguez Zapatero para hacer más dolorosa aún su gestión de la crisis, la crisis que no creó y que se refugia en la herencia recibida como recurrente justificación de todo aquello que no quiere hacer pero que no tiene otra opción.

Aún se recuerdan aquellas palabras del entonces aspirante a la presidencia: “En cuanto haya un Gobierno del que la gente diga ‘me puedo fiar’, comenzará la inversión y la recuperación”. Es como si hubieran resucitado aquel rótulo artesanal de las antiguas ventas de ultramarinos: “Hoy no se fía; mañana, sí”, pues inversión y recuperación no se aprecian. Al contrario, cumplidos los primeros cien días de Gobierno popular, España ha entrado en recesión, la prima de riesgo ha alcanzado los más altos y preocupantes niveles y la confianza de los seguidores ha caído casi catorce puntos.

Entonces, hasta los más críticos con las políticas anteriores y con los ministros que resistían aquellos ataques inmisericordes han ido comprobando que el trigo no es el que predicaban. Eso de salir anticipando medidas, al ojo por ciento, o sea, sin cálculos ni estudios rigurosos, les tiene desconcertados, especialmente a aquéllos que apostaron y creyeron que todo era cuestión de sustituir personas, cambiar un par de carteras y tranquilidad, que ya están aquí los nuestros y todo se andará.

No es esa la impresión que va quedando, ¡eh!, pues tantas reducciones y tantas restricciones sin una mísera alternativa que llevarse al talego de la esperanza se van enquistando hasta producir tanto temor como hartazgo y riesgos de estallido social. Es que el Gobierno, ese que se presumía tan serio, tan solvente y tan curricular, no ofrece siquiera algunos de sus contenidos programáticos. La situación se va haciendo insostenible cuando la salida del túnel no se atisba por ningún lado; al revés, es el propio presidente el que anticipa que estaremos en recesión el presente año (-1,7%) y que el próximo no será mejor. En lugar de generar empleo, con reforma laboral y todo, se calcula que puede haber casi seiscientos cincuenta mil parados más. La sanidad pública, introducido el copago, es ya una de las principales preocupaciones de la sociedad española que palpa el deterioro en la calidad de las prestaciones. De las restricciones en el ámbito de la investigación científica, del desarrollo y la innovación, mejor no mencionarlas, sobre todo pensando en que ahí podría labrarse algún fundamento de nuevo modelo productivo. El giro a la política energética, con el parón en seco a las renovables, hace que el país pierda liderazgo y desvirtúe un sector estratégico. Por no hablar, tampoco, de los incrementos en las tarifas eléctricas, después de haberse opuesto sistemáticamente a los operados en el pasado. ¡Ay, el pasado!

No es el título de seriedad, desde luego, el que se obtiene con la utilización, a conveniencia partidista, de los Presupuestos Generales del Estado, demorados en su tramitación, hecho insólito, por la celebración de elecciones autonómicas; ni el que deriva de la fijación de un cuadro macroeconómico y un techo de gasto ficticios, amparada en la mayoría parlamentaria.

Y mucho menos, el que ya dispone la revisión de los esquemas sobre los que se configuró, en la teoría y en la práctica, la radiotelevisión pública más independiente, más profesional y más plural de los últimos años.

Claro que para el Gobierno, seriedad equivale a reforma, destapando las medidas de aquel programa que en aquel debate quedó manifiestamente oculto.

Y encima, le fastidia que la gente se queje. ¡País!

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