Quieren acabar con todo, decía uno de los eslóganes que convocaban la pasada huelga general. Todavía no había hecho el Gobierno el anuncio de que también metería mano a la educación y a la sanidad. ¡Jesús! Si lo hubiera dicho antes de las elecciones andaluzas y asturianas, entonces sí que las pérdidas se hubieran aproximado al estropicio.
Atinada advertencia aquélla: todo incluido significaba dos pilares que parecían intocables. Rajoy, Cospedal y compañía, también Arenas, se cansaron de repetir que no, que anduviera tranquilo el personal que esas materias no serían revisadas. Amagaron con la Educación para la Ciudadanía y han ensayado con el copago en la Justicia pero ahora dan un salto preocupante que no ha sido frenado. Entre aquella omisión y la demora en aprobar los Presupuestos Generales del Estado, el ejecutivo hace tal acopio de descontento que los representantes del partido gubernamental siguen escondidos a la espera de que escampe
Han replicado desde el PSOE que educación y sanidad son líneas rojas, grafismo con el que expresar ‘casus belli’, territorio comanche, cuidado con las cosas de comer y atención, hasta aquí hemos llegado. A la natural manifestación de la primera línea de la oposición se unirán, sin duda, otras voces políticas y de heterogénea condición, con lo que la tensión se va a acrecentar. En el ámbito autonómico, no digamos. Muy convincentes y persuasivas -todo lo contrario que hasta ahora- deben ser las argumentaciones gubernamentales para ir calmando a los actores sociales que han dado síntomas de entender que la resignación no es una opción. Ni siquiera el entretenimiento de la cúspide futbolera ni la resolución de concursos televisivos de las próximas semanas va a desviar la atención de unos hechos que contrastarán la indolencia o la pasividad de quienes padecen directamente tanto recorte. Y la campaña de la declaración de la renta, encima.
Y es que tenían razón quienes lo esgrimieron: quieren acabar con todo. Da igual que haya trazos rojos de mayor grosor.
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