Salvador García

Grito de pueblo. Por Salvador García

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En el poliédrico debate de las prospecciones petrolíferas, hay una arista inquietante donde se refleja la tensión político-institucional que se sitúa, como si de una prima de riesgo financiera se tratare, en niveles que no se conocían hace muchísimo tiempo. Las relaciones entre los gobiernos de la Nación y de la Comunidad Autónoma de Canarias, después de una etapa de calma casi absoluta, de estabilidad sin grandes sobresaltos, se han visto sacudidas en los primeros cien días de la presente legislatura, de modo que la tirantez ha vuelto a caracterizarlas, principalmente a raíz de la imposición del ejecutivo presidido por Rajoy y del que forma parte José Manuel Soria para llevar a cabo las exploraciones que determinen la existencia de crudo a unas decenas de kilómetros de las costas de la provincia oriental. La colisión salta a la vista.

Es obvio que en las circunstancias que concurren, con problemas y necesidades sociales cada vez más acuciantes, la falta de entendimiento y de sintonía entre Madrid y Canarias, para simplificar, complica las cosas porque los recelos van en aumento y a medida que ello suceda será cada vez más complicado avanzar hacia la consecución de soluciones satisfactorias que favorezcan el desarrollo de actuaciones y la materialización de aspiraciones archipielágicas contextualizadas en el ámbito de su autonomía y de sus especificidades.

El presidente Rajoy sabe, tiene que saber que Canarias se está convirtiendo en un problema serio. Por mucho que descanse su confianza en el ministro Soria para procesar cualquier situación de las islas, empiezan a demorarse gestos y decisiones que alivien la tensión. Han de ser conscientes en el Gobierno de la impopularidad de algunas determinaciones que afectan a sectores productivos y que no han pasado a mayores por la resignación de poderes económicos y empresariales que probablemente no se hubiera dado con un ejecutivo de otro color.

De momento, ya saben en Madrid que prospecciones equivalen a grito de pueblo. Que no intenten minimizarlo: el sentimiento -aún con mala o incompleta información, aún con dosis de demagogia y aún a la espera de cómo evolucionen las estrategias de las partes interesadas- ya cunde en do mayor porque se acrecientan las dudas de que las energías fósiles sean beneficiosas y contribuyan a resolver los problemas de los canarios.

Y más atentos que deben estar Rajoy y Soria con las consecuencias de su falta de tacto y de sensibilidad propiciadora de las imposiciones, del ahí te va, te guste o no: la sensación de agravio, de autonomía desatendida o que poco importa, de ciudadanos de distinta categoría y de incomprensión se va agigantando, hasta el punto de que se radicalizan algunos discursos políticos que transgreden la línea habitual de la prudencia y la moderación; y lo que es peor, se van extendiendo, en el abstracto del rechazo y en la elementalidad de las formas, las sombras de simpatía hacia el separatismo que ya no sólo se reduce, miren por donde, a delirios editorializados.

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