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PSICOLOGÍA. Dame las claves para amarte. Por José Oriol

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Aunque forzados por las circunstancias, los habitantes de la sociedad del bienestar optan por la austeridad. Parece que la aceleración económica nos llevaba a gran velocidad hacia la bancarrota personal, bien dotados para las finanzas y a la vez limitados  para las relaciones.

Ahora vemos que el confort material se fundamentaba en compromisos incompatibles con la salud, que además dificultaban la convivencia, como por ejemplo la obsesión por el  rendimiento, la extenuación de la rentabilidad y el beneficio, la especulación, los dividendos, el sacrificio personal por la expectativa de un futuro mejor, y así muchos más. Aportar riqueza ilimitada a otros implicaba esfuerzos personales ilimitados.

Nos fuimos habituando a un lenguaje y un modo de entender la realidad que se convirtió en un pesada escafandra, reluciente y lastrante para las más auténticas y fundamentales necesidades humanas. Por ejemplo, el amor ha acabado por estar profundamente impregnado de los ideales productivos de la «sociedad del bienestar material» porque pese a lo que pudiéramos creer, el amor no es solo un fenómeno afectivo, es también un fenómeno social, sujeto al lenguaje y las categorías  de la cultura.

Los sentimientos ocurren en el interior de las personas pero el modo en que se expresan está determinado por condicionantes culturales, de ahí que amar en China se realice de un modo y en Hawai de otro y por la misma razón en la Grecia clásica se amaba de un modo, mientras en nuestra sociedad post-industrial de otro muy distinto.

Probablemente no exista un modo correcto de amar y todos, en alguna medida, sean adecuados,  pero sí parece legítimo hablar de calidades de amor y poner algunas bajo sospecha.

En  el antiguo testamento se decía: «amaos los unos a los otros como yo os he amado«. La visión judeo-cristiana, animaba a un amor generalizado que se expresaba a través de la compasión y la caridad. Era altruista y social y supeditado a dios. Mucho más tarde el amor romántico  llegó cargado subjetividad, entrega, poesía y belleza y se apoderó de la noción de enamoramiento. La calidad del amor se medía por su grado de romanticismo del enamorado, a pesar de que con ello hubiera hipotecado su dignidad.

El amor en la revolución industrial se volvió lealtad y entrega, abnegación y servicio, la familia y el trabajo eran lo primero. Se fue haciendo un amor de entreguerras, de supervivencia, más un apego ansioso en busca de  protección ante tanta desgracia que un acto de libertad.

Y recientemente, algunos psicólogos americanos han venido a explicar el amor en términos de intercambio y rentabilidad, señalando que las personas amamos en función de la obtención de una serie de beneficios afectivos y sociales, haciendo coincidir la dinámicas internas del individuo que ama con las leyes del mercado, la oferta y la demanda.

En definitiva, han existido muchas maneras de vivir el amor, sin embargo hoy la sociedad contemporánea no encuentra apoyo en ninguna. En el amor romántico porque el mundo ha cambiado mucho desde finales del siglo XVIII y nadie desea ya morir de amor. Tampoco  el amor altruista definido religiosamente parece adecuado para establecer relaciones saludables de pareja. Y mucho menos lo es convertir el amor en un negocio, un área de intercambio y especulación.

Lo que sí es seguro es que en nuestra sociedad post-industrial carecemos de un modelo consensuado de lo que debe entenderse por amar. De ahí la tesis que vengo a defender, al margen de que cada cual debe amar y vivir su amor en el modo que libremente elija. Propongo que amar es la disposición a proteger el bienestar de otra persona y su independencia, porque ser como es, su distintividad, es la razón por la que se le ama.

Y a la vez, que amar, definido como la convivencia entre dos personas, basada en sus diferencias como centro del disfrute mutuo, es una competencia que debe ser educada tempranamente en la vida social, en forma de tolerancia e interés por lo distinto.

Todo ello porque las relaciones afectivas basadas en criterios retributivos no se sostienen si cesa el intercambio, pero las relaciones afectivas basadas en la idiosincrasia de la identidad del otro, en su distintividad, si se sostienen, porque mientras el otro sea el que es, los motivos para estar juntos persisten.

Toca extraer la escafandra mercantil de las relaciones sociales y promover un modo de amar, tanto a la pareja como al prójimo, basado en la confianza de que amas y eres amado por lo que te caracteriza como la persona que eres. Así AMAR es un juego de espejos que se sostiene en el eco que la virtud del otro produce en ti y  por lo que la tuya produce en él.

Parece,  en definitiva, que hemos dedicado mucha energía y recursos a todo lo relacionado con construir y desarrollar,  con el resultado de que apenas tenemos habilidades para conservar lo construido y disfrutarlo. Nadie nos ha enseñado, todas las historias de amor acaban cuando se casan los enamorados, que es cuando empieza la historia.

 

www.oriolrojas.es

 

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