¿Hay cosa más triste que ver cómo un pequeño negocio fracasa? Sí, ver que está planteado de tal manera que no tiene otro destino que precipitarse al cierre. Y, puestos a ello, cuanto antes ocurra esto, mejor.
Si hay un sector donde peor cuadra fantasía y realidad es el terreno de los negocios, de esos pequeños negocios cara al público que surgen como setas cuando arrecia el desempleo. Porque no existe tentación más perniciosa para un desempleado de mediana edad que la de echar el resto de su vida, y de su indemnización si la tiene, en el sueño que acariciaba y que, mientras trabajaba, nunca se atrevió a hacer realidad.
¿Que para todo hace falta iniciativa, entusiasmo y grandes dosis de ensoñación? Bueno, yo eliminaría el último componente de esa oración, es decir, las grandes dosis de ensoñación. Con tan solo unas pinceladas de ese ingrediente me parece más que suficiente. Porque si algo parecen tener claro los que de esto saben es que uno solo se debe embarcar en aquello de lo que entiende. Y, no se engañen, largas horas frente al televisor no nos convierten en productores de programas de gran éxito.
Las librerías con toques especiales, por ejemplo la función cafetería, las pequeñas tiendas especializadas en diseñadores alternativos, los restaurantes de autores exclusivamente batallados en la cocina del propio domicilio, el delicatessen trufado con las ricas pero aún desconocidas cosas de tú pueblo, los locales que parecen casitas de muñecas herederas de la calenturienta fantasía femenina, y en las que cuesta saber qué venden, los bares de ambiente rock, heavy o cualquier otra ambientación musical pero muy auténtica que has visto en otra ciudad europea, los gabinetes de comunicación para sacarle las perras con tus habilidades con la tecla a instituciones que no tienen un duro, las tiendas de decoración interior que juegan al chino revisitado con el extraordinario gusto de su propietaria o las pequeñas y sugerentes boutiques de ropa íntima femenina al estilo parisien, no suelen tener el éxito esperado.
Ni ese ni ningún otro. Siento decirlo, pero es así. Un negocio requiere de experiencias, cualidades, cantidades y tiempo para desarrollarlas de las que no disponemos cualquiera. Y estar en el desempleo no nos las proporcionan en la medida necesaria.
Puede sonar la flauta, pero suena pocas veces. Y si además necesitas, como es lo habitual, que un banco te respalde financieramente el proyecto, vete olvidándote de la flauta.
Pero tal vez sea mejor así. Más complicado aún que el desempleo es no tener trabajo y terminar cargado de deudas hasta las cejas a causa de un negocio fallido.
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