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EL ESCOBILLÓN. Solo veo muertos: ¡¡¡Ahora Frank Braña!!! Por Eduardo García Rojas

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En lo que llevamos de 2012 han dejado de estar entre nosotros –los que aún nos empeñamos por estar vivos– un variopinto puñado de artistas e intelectuales. Veo, entre los muertos, al actor Ben Gazzara, al cineasta Theo Angelopoulos, a las cantantes Whitney Houston y Etta James, al pintor Antoni Tàpies, a los críticos literarios Miguel García-Posada y Carlos Pujol, a la poeta y premio Nobel, Wislawa Szymborska y al filósofo Paolo Rossi, entre otros tantos que, seguro, alguno se me escapa.

Uno de los últimos en coger el tren que inevitablemente nos lleva a vía muerta ha sido Frank Braña (Francisco Braña Pérez, Pola de Allande, Asturias, 1934-Madrid, 2012), un nombre que probablemente no les sonará de nada a quienes ahora puedan leerme pero que para quien les escribe ocupa un rinconcito privilegiado en su memoria cinéfila, curtida en cines de reestreno y pases televisivos de cuando la tele era en blanco y negro.

Frank Braña fue lo que se conoce como un actor secundario. Pero un actor secundario en los que te fijabas. Es decir, que junto a la estrella, Braña se dejaba ver. Tenía algo –presencia–  que evitaba resultar quemado por el resplandor del astro de turno.

Los aficionados al espagueti western como quien les escribe guarda grato recuerdo de la presencia de Braña en películas como Por un puñado de dólares, El bueno, el feo y el malo y Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone. También se le puede ver en la formidable El halcón y la presa de Sergio Sollima y en las entretenidas–aunque lamento decir que hoy estrafalarias–cintas de aventuras Viaje al centro de la Tierra y Misterio en la isla de los monstruos, ambas adaptaciones muy libres de novelas de Julio Verne; así como en la inclasificable y francamente hortera Supersonicman, de ese pedazo de visionario que fue Juan Piquer Simón, director que volvería a contratar sus servicios en la descacharrante y lejanamente lovecraftiana La mansión de Cthulhu. Una cinta solo recomendable para los aficionados a la obra de Ech-Pi-El.: con muchas ganas de echarse unas risas.

Braña, que nació en Asturias y que antes de hacerse actor conoció que las entrañas de la tierra no tienen nada de poéticas porque trabajó en ellas como minero, también fue uno de esos actores de reparto a los que recurrió José Antonio de la Loma en varios de sus filmes.

Evoco, de rodillas y rezando el Santo Rosario, su presencia fugaz en Perros callejeros, Metralleta Stein y Timanfaya (amor prohibido), una película rodada en Canarias, tierra por la que Braña sintió debilidad.

Timanfaya no es, sin embargo, uno de los mejores trabajos de su director. El inquieto, el nervioso, el hombre que quiso rodar cintas de acción imitando el modelo estadounidense José Antonio de la Loma. Y apuntamos que no se trata de una de las mejores películas del irregular cineasta porque no era hombre que se manejara muy bien con las historias de amor.

Y Timanfaya lo es.

Un triángulo trágico que quiso ser una historia de amor.

Entre los escasos méritos de Timanfaya (amor prohibido) cabe destacar que fue la primera película en la que debutó la maltratada estrella del destape Nadiuska (por aquel entonces Nadjuschka para darle mayor exotismo a su belleza felina) y una mujer por la que siento debilidad perruna ya que estamos con símiles animales: Patty Sheppard. Braña es un secundario más, aunque eso sí, aporta su presencia inquietante… Esas que unos dicen llena pantalla.

No sé si Braña llenaba pantalla, pero como espectador sí que puedo afirmar que tus ojos irremediablemente reparaban casi siempre en él. Aunque no dijera nada.

Pienso así que algo tenía este buen hombre al que se le puede ver también en Rey de Reyes que no es, precisamente, una de las mejores películas de Nicholas Ray.

Braña vivió los últimos años de su vida en la playa de El Veril (Gran Canaria) aunque falleció a los 77 años de edad en Madrid.

Se da la extraña paradoja que la próxima semana, el 24 de febrero, iba a cumplir los 78. Al final la señora de la guadaña fue más rápida sacando el revólver. El mismo revólver que Braña supo desenfundar y enfundar en tantos espaguetis western.

Descanse usted en paz, señor Braña.

Y muchas gracias por ser el secundario que fue.

(*) Frank Braña es el hombre con sombrero y pipa colgando del labio en la primera imagen que ilustra este post.

Saludos, solo veo muertos, desde este lado del ordenador.

Eduardo García Rojas en www.elescobillon.com

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