Hacía tiempo que no usaba el blog para meterles un rollo de campeonato pero como una tiene la necesidad casi vital de contar sus cosas, lo que vive y lo que viven otros, esta vez recién llegada de Londres era obligada una reseña sobre un viaje que tuvo mucho de reconciliación personal y que ahora, cuando llevo una docena de líneas escritas, no tengo ni idea ni cómo terminará, ni cuando.
Ya he dicho en varias ocasiones que disponer de un blog personal sirve también para estas cosas; para acercarnos más a la gente, a los amigos y, especialmente, para compartir relatos y experiencias que tiene mucho que ver con lo personal. Londres. Los que me siguen aquí, en Facebook o Twitter saben de mi reciente viaje a Londres y de mí necesidad de reconciliarme con esa ciudad. ¿Por…?. Lean.
Soy muy consciente de que si estoy viva y con la cabeza funcionándome es de milagro porque en Londres junto a uno de mis hijos, estuve a punto de quedarme tiesa. De quedarnos tiesos los dos. Hace unos doce o quince años aprovechamos una oferta para pasar unos días en Londres y así lo hicimos. Fue en verano que era cuando el niño tenía vacaciones. Llegamos a Londres y nos hospedamos en uno de tantos hoteles donde también se quedaron, casualmente, un grupo de canarios con quienes hicimos el viaje. Estuvimos una semana, de manera que esos días nos sirvió para estrechar lazos, hablar de nuestras actividades en la isla, del pueblo del que procedía cada cual, etc., Como ya es sabido en Londres a las cinco de la tarde es de noche de forma que a esa hora nos reuníamos en el salón del hotel y entre humos y algún cubata de estraperlo, pasábamos la tarde hasta retirarnos. Así, varios días. No puedo recordar y eso que he hecho mil esfuerzos para lograrlo los nombres o las profesiones de algunos de los canarios que componían aquél grupo, unas doce o trece personas. Me da lástima.
Sigo. Lo cierto es que una de esas noches, creo que cuando llevábamos cinco en Londres, nos retiramos a dormir a eso de las 22.00 horas; habíamos tenido un día de mucho trasteo y estábamos cansados. Recuerdo que yo estaba leyendo un libro de Raúl del Pozo y tenía interés en terminarlo. Mi hijo y yo nos fuimos a nuestra habitación, yo con mi libro, él con sus rollos. Es el último recuerdo que retengo de aquella noche. Tengo la vaga idea de que en la cama el libro se me caía de las manos, que no podía hablar, tampoco incorporarme y que llamar a mi hijo era imposible. No tenía fuerza, me dormía. Recuerdo que con mucho esfuerzo llegué tambaleándome al baño y me mojé la cara, tal vez para refrescarme. A la vuelta vi a mi hijo dormido o creo haberlo visto, no lo recuerdo bien. Al llegar a la cama me caí y al darme la vuelta acabé en el suelo, según supe después.
La otra imagen que tengo de aquella noche de hace 15 años es la nada. Una ambulancia con mi hijo dentro y con una herida en la cabeza tapada con una toalla y otros canarios del grupo en camillas. Recuerdo una escalera de emergencias enorme que llegaba hasta la tercera planta del hotel por la fachada; por ahí bajaron a los clientes que estaban en mal estado. Yo tenía un golpe en la cabeza y sangre en un lado, a la altura de la oreja, pero no sabía de qué. Debí golpearme en el baño, en el suelo o en la cama. Recuerdo que estando en la ambulancia pregunté a mi hijo que había pasado y él, asustado, no hablaba. Aday, así se llama, tenía entonces unos 15 años, no más. Mi pregunta la contestó alguien: “Los bomberos han desalojado el hotel. Ha habido un escape de monóxido de carbono o de gas… Vino la policía. Y ella, (refiriéndose a mí) casi se queda dentro de la habitación porque se había caído a un lado de la cama y los bomberos no la vieron. Fue su hijo el que me dijo que su madre estaba arriba, en la habitación y entonces yo avisé a un policía y la bajaron por la escalera esa”. Cuando en el hospital nos curaron las heridas y medicaron recuerdo que comencé a recobrar la consciencia y la gravedad de lo sucedido. Estuvimos varias horas en urgencias y luego nos llevaron a otro hotel. Estábamos aterrados. En Londres nos quedamos varios días más pero prácticamente idos de la cabeza y con mucho miedo. Un miedo que vinculo a Londres y que me ha costado superar, no crean. Desgraciadamente jamás volví a ver a esos canarios que vivieron la experiencia con nosotros y gracias a quienes me sacaron de la habitación. De haberme quedado dentro las consecuencias hubieran sido muy graves, irreversibles. Lean los resultados de una intoxicación por monóxido de carbono.
Cuando llegué a Las Palmas conté en un reportaje para La Provincia todo lo sucedido; tenga la vaga idea de que algunos de aquellos amigos de viaje al verlo en el periódico se pusieron en contacto conmigo. No lo sé. Lo que si sé es que me encantaría verles. Estaría encantada.
Como entenderán no me apetece escribir más de este suceso y eso que hay mucho que contar, incluida la desatención de las autoridades españoles para con nosotros en Londres. Un desastre.
Solo diré para finalizar que mi mala relación con Londres la marcó ese viaje y si hace una semana volví lo hice para reconciliarme con esa ciudad como una necesidad personal. He ido, he vuelto, todo ha sido fantástico y si hoy cuento esto -guardo el recorte de prensa que publiqué denunciando el caso, el mal estado del hotel, etc., y cuando me lo tropiezo me visitan todos los fantasmas- lo hago porque tenía una deuda con mis amigos y conmigo misma. Saldada está. No hay nada como tocar en puertas ajenas en son de paz, con el hacha enterrada.
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