Marisol Ayala

Mar, travesty pionera. Por Marisol Ayala

Pasó hace veinte años y se montó la de Dios. ¿Por…?, lean. Debo explicar que soy un caos con teclado. Es decir, vivo inundada de papeles, de notas que se pierden; de fotos que nunca encuentro, de cajas en las que las guardo y que más tarde no encuentro. Un caos como ven. Escapo porque atesoro muy buena memoria. Tengo, sobretodo, buena memoria fotográfica; puedo no recordar un apellido, bailar los nombres y cambiarlos de sexo pero, sin embargo, las historias que he vivido con intensidad y de las que he escrito, no se  olvidan. Está ahí, acechando. Recuerdo con precisión qué cobertura le dieron, si ocupó primera página, si la foto era horizontal o vertical. No miento. Ahora bien; no me pidan que recupere esos trabajos periodísticos porque el caos que confieso me lo impide. Nunca tengo esos datos que me facilitarían su hallazgo. Los he perdido.

Pero la vida es una caja de sorpresas que me ha hecho más de un regalo. El último hace dos o tres semanas. “¿Eres tu…?”, me dice una voz a través del teléfono. “Si…”, le contesto sin saber quién es ese “tú”. “Soy Mar, ¿no te acuerdas de mí?”. Desconcertada trato de ganar tiempo a ver si algún comentario activa mi memoria. La estrategia funcionó porque la persona que hablaba al otro lado mencionó tres cosas: La Orilla de Sardina, Carmelo Ramírez y “el escándalo que se montó con mi casa”. A partir de ahí, como un alud, volvieron a mí los recuerdos de un caso periodístico que alcanzó notoriedad nacional. El 15 de mayo de 1991 el Ayuntamiento de Santa Lucía de Tirajana (Gran Canaria) con Carmelo Ramírez en la alcaldía se vio inmerso en un conflicto social muy mediático.

Un joven trasvesti de 24 años, vecino del municipio, había tenido la osadía de solicitar una vivienda oficial. Dar ese paso en los años noventa era insólito y arriesgado; no es como hoy que la normalidad y la reivindicación anima a airearlo todo. De manera que el Ayuntamiento decidió, por razones que no recuerdo, rechazar la petición al considerar que en el municipio habían otros peticionarios con hijos y por tanto con prioridad. Esa negativa animó a Mar, para los efectos administrativos un varón, que se apresuró a tocar en la puerta de Gobierno de Canarias. Allí tramitó de nuevo su petición de vivienda y contra todo pronóstico, sonó la flauta. En mayo del 1991 le entregaron las llaves. Me gustaría que el lector hiciera un esfuerzo y se situara en ese año para entender a la perfección el rechazo con el que la ciudadanía respondió a esa concesión histórica. “¿Una casa para un travesti…?”. Cuando la noticia se conoció el impacto fue enorme porque el reportaje era una delicia lleno de gracia, triunfo, descaro y felicidad. ¿Provocación?, también.

En una foto de primera página de entonces veo ahora a la agraciada en el interior de la vivienda gritando su felicidad y, a su vez, presentando en sociedad a la persona con la que la iba a compartir, su novio. Más madera que es la guerra. Allí estaban ambos, felices y orgullosos. Una imagen para enmarcarla pero se habrá extraviado en la vorágine de las hemerotecas de la época. La pareja posaba sentada en un sillón de orejas, muerta de risa.

Quienes no se reían eran las miles de personas que formaban parte de un largo listado de peticionarios de vivienda; muchos ciudadanos entendían el logro de la pareja como un atropello a sus derechos. Los insultos que recibieron ya se imaginan el nivel que alcanzaron: “¿Es que hay que ser “maricón” para que te den una casa…?”, ese fue uno de los más suaves. Veo mi firma en el pie del reportaje y me río porque, sin ser consciente de la importancia de aquel trabajo, hoy compruebo que se trataba de una historia humana y valiente. Los protagonistas querían compartir su felicidad con el mundo entero para lo cual posaban sin miedo, con desparpajo, luciendo sus mejores galas.

Como entenderán veinte años después esa historia estaba borrada de mi mente pero, como ven, no de la mente de la protagonista principal, la dueña de la casa. Era ella pues la persona que escuché al teléfono y la que preguntaba si la recordaba. Más tarde me envió el reportaje. Hablamos y nos reinos rememorando retazos de aquellos días. Mar se ríe a carcajadas y con las alas que da el triunfo dice que “los que querían que los maricones no tuviéramos alcoba, se la envainaron”. Recordamos como tuvo que esconderse de los periodistas y como los acechaba desde la azotea. “¿Sabes?”, le comento para que entienda el interés mediático de la época, “es que tú fuiste pionera…”. Creo, a juzgar por su respuesta, que no sabe bien que significa esa palabra: “No, no, yo fui la primera travesti de España a la que le dieron casa, eso sí”. Ya. Mi amiga se ha casado, quiere adoptar un bebé y su famosa y polémica casa sigue habitada. Y dime, ¿como estás?, pregunto. “Guapísima…chacha, te dejo que me voy a dar los rayos uva, Mari”.

Feliz.

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