Marisol Ayala Sin categorizar

¡Cómo ha cambiado el cuento! Por Marisol Ayala

Observando el frágil ego masculino desde una aséptica perspectiva de fría indiferencia, es decir, sin implicaciones sentimentales de ningún tipo, que son, al fin y al cabo, las que deforman cualquier punto de vista. Pues analizando la fragilidad del ego masculino cual socióloga con un interés tan desmesurado que bien podría confundirse con un grave trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad, les decía, no puedo dejar de preguntarme en qué momento de la historia perdió el varón aquella legendaria seguridad en sí mismo, aquel valor que lo hacía abatir osos en pleno ataque o conquistar los muros de la ciudad más inexpugnable.

Atrás quedaron los tiempos en los que la mayoría de los caballeros derrochaban aplomo, imperturbabilidad y fortaleza, esos días en los que, inasequibles al desaliento, no cejaban en su empeño de conquistar el corazón incluso de la dama más fría e inalcanzable, con todo tipo de gestos de exquisita educación y muestras de férrea determinación. No había desaire al que no fueran capaces de sobreponerse, por aquel entonces, mientras que ahora, hasta el más mínimo gesto es capaz de espantarlos y hacerlos huir, como se asustan y emprenden la fuga los medrosos cervatillos con solo intuir al caminante bienintencionado en su paseo por el bosque, creyéndolo un fiero cazador.

¿Quién sabe? Quizás en realidad esa actitud en apariencia osada a la vez que imperturbable de la que hacían gala en tiempos pasados no era más que una fachada, un burdo disfraz para ocultar su verdadera naturaleza, que comenzó a revelarse desde el instante en que la primera mujer alzó la cabeza, abandonó su actitud sumisa y replicó. Quizás, pobrecicos míos, andan, sencillamente, descolocados, y en su desconcierto, incluso el comentario más sutil, el gesto menos contundente por nuestra parte, sea capaz de resquebrajar su armadura de papel, demoler el inestable castillo de naipes de su ego, y convertirlos en un puñado de indecisos y confusos pusilánimes.
¡Qué lamentable que la falta de valor sea actualmente la tónica general en el comportamiento masculino! ¡Qué triste que el hombre valiente sea ahora una rareza, una perla negra, digna de admiración y sorpresa! Qué deprimente esa inseguridad obvia y flagrante incluso para el ojo más inexperto, que ellos tratan sin éxito de ocultar bajo capas de sarcasmo desproporcionado, engañosa indolencia o, en el peor de los casos, la más despiadada violencia.

Que nadie me malinterprete, que nadie vea en estas palabras la soflama feminista de una mujer resentida, porque no habría ninguna conclusión más lejana a la realidad. Sobre todo porque soy consciente del alto porcentaje de culpabilidad que tenemos las mujeres de que los hombres hayan tenido que parapetarse tras defensivos muros de prepotencia y egolatría para encubrir y proteger sus vulnerables egos.

En definitiva y para concluir: ¡Cómo ha cambiado el cuento!