Marisol Ayala

Benditos voluntarios. Por Marisol Ayala

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Se mueven con sigilo, no son amigos de algarabía, de pregonar lo bueno que son, la labor que realizan, lo necesarios que se han convertido para el sistema socio sanitario del país. Estos días celebraron su Día Mundial. Hablamos de voluntarios, de esas personas maravillosas que a cambio de nada, exactamente de nada dedican horas de su vida a estar cerca de quienes más lo necesitan; del enfermo que está solo, del indigente que malvive en la calle, de la anciana que no tiene quien vaya a la farmacia, de meterse en la cocina de Caritas, de colaborar en el acopio de alimentos, de trabajar en la parroquia, en Cruz Blanca, Cruz Roja… Sospecho que si el país tuviera que concertar con una empresa la ayuda imprescindible que lleva a cabo la legión de voluntarios sería inviable. Por caro y por deshumanizado. No es lo mismo. La voluntad es otra cosa.

En fin, que son unos admirables seres humanos que nos enorgullecen porque poco a poco se han convertido no solo en indispensables sino en una parte importantísima de la ciudadanía; el trabajo de los voluntarios, altruista y generoso, no tiene límites y con el paso de los años se han ido colando en las cárceles, en los hospitales, en los centros de acogida, en la vida que vivimos y que muchos desconocemos. O queremos desconocer. ¿Objetivo?, paliar el sufrimiento humano, que no es poco. He hablado mucho con quienes desconocían el papel del voluntariado y que después de vivir de cerca su desinteresada entrega, la importancia de su gestión se han tirado a la misma piscina y ahí están. Son ya tantos los que viven la vida de esa forma tan generosa que la Plataforma del Voluntariado en España dice que en España nada menos que un millón quinientas mil personas están entregadas al voluntariado. ¿Exigencias?, ninguna; solo se requiere ganas de ayudar a quienes lo necesitan, dedicarle unas horas a estar a su lado para que ellos, los que lo necesitan, no se sientan solos, abandonados, despreciados por la otra parte de la sociedad que todavía, pobre de ella, cree estar a salvode los vaivenes de la vida, de sus adversidades.

Guardo imágenes de maravillosos voluntarios que en un asilo de esta ciudad les cortaban las uñas a los ancianos o de quienes les ayudaban a colocar su ropa o quienes le hacían compañía a un marinero enfermo cuyo barco embarrancó en nuestras costas. Siempre digo, y no me cansaré de repetirlo, que en nuestras calles, entre nuestros vecinos más silenciosos, hay personas cuya calidad humana, cuya entrega, le ponen alas a la esperanza y al optimismo. Una amiga superó una enfermedad complicada que le obligó a permanecer ingresada unos meses; durante ese tiempo conoció tan de cerca a los benditos voluntarios que no cesa de hacer apología de sus bondades. Un día se miró al espejo, valoró su disponibilidad, sus capacidades, sus intereses y se dijo ¿qué podría hacer yo?.

Y empezó.

http://www.marisolayala.com/

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