El movimiento 15-M ha derivado, como al final muchos preveían, en un fenómeno de carotas que al final tienen como lema la invasión, ocupación y resistencia. Alguno de estos ejemplares han tomado al asalto el Hotel Madrid y un bloque de viviendas alegando que eran inmuebles abandonados y que, por tanto, su misión era apodarse de ellos. Es igual que sean recintos y propiedades con dueños legítimos, a ellos eso les trae al fresco y encima enarbolan la bandera de que todo el mundo precisa de un hogar digno y por eso proceden a su allanamiento.
Precisamente, Arturo Pérez Reverte los ponía finos en un artículo en el suplemento dominical de ABC porque, al albur de un sistema judicial laxo, el hecho de violar una propiedad privada supone para el desafortunado propietario una auténtica procesión por los diferentes juzgados, pagos cuantiosos a abogados y, de paso, rezar para que el juez dicte una sentencia justa y rápida y a veces no se sabe que es mejor, si que priorice el aspecto de la justicia o de la celeridad, máxime porque al menos se pueda recurrir en una instancia superior.
Evidentemente, el movimiento de los indignados ha ido decreciendo porque, al igual que todas las modas que surgen sin una base sólida, no ha habido quien lo sustente. Las urnas han hablado dos veces en medio año y han dicho alto y claro que no ha lugar a este tipo de fenómenos que tienen el vicio de pedir de todo y a todos, pero sin implicarse lo más mínimo en los problemas y menos aún en la solución, sobre todo porque al final sus ’geniales’ ideas son las de apropiarse de lo que no es de ellos.
En fin, el movimiento robinhoodiano de Sol ha derivado en esas actitudes nada decorosas, de personas que aprovechan, repito, esas disfunciones de nuestro sistema legal, a sabiendas de que la compulsión sobre las personas sólo puede producirse automáticamente en el caso de ocupación ilegal de un espacio público y ya vimos como en el caso de la toma de muchas plazas y calles hubo permisividad por parte de la autoridad (in)competente.
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