¡Qué los echen ya de la Unión Europea! Sintiéndolo en el alma, los griegos no pueden seguir choteándose del resto de ciudadanos y de países que están apretándose el cinturón hasta límites insospechados. Lo del señor Papandreu es verdaderamente de papanatas, un personaje siniestro, capaz de decir que sí a todos los ajustes, pero en cuando aterriza en el aeropuerto internacional de Atenas debe sufrir una amnesia mortal o un ataque de caradurismo incurable porque cada vez que hay que pagar algo, aunque sea con la sustancial rebaja del 50%, el caballerete se descuelga con excusas de mal pagador, y nunca mejor dicho en este caso.
Lo que está haciendo Grecia es lo que podría hacer cualquier hijo de vecino. El ejemplo es muy práctico. Va usted a cualquiera de las grandes superficies a hacer la compra del mes y, de paso, se lleva lo mejor en equipamiento para el hogar, televisiones, ordenadores, electrodomésticos varios y todo aquellos que se le antoje. Sabe perfectamente que hasta el día 1 no le van a pedir cuentas y cuando llega el momento, la excusa sería la de decir que no puede afrontar los pagos. A partir de ese instante, se iniciaría una lucha denodada para intentar recuperar el dinero o los bienes no perecederos que ese ciudadano carota ha comprado con carencia de fondos. Seguramente se tardará tiempo, pero al elemento se le pueden embargar esas televisiones, teléfonos móviles u ordenadores personales.
En el caso de Grecia, sin embargo, no es que solamente los socios de la UE hayan sido ilimitadamente complacientes con Grecia, sino que encima se les rebaja sustancialmente la pella económica. Pues ni con esas. Ahora el señor Papandreu, conocido más popularmente como míster Papanatas, alega que hay que hacer un referendo entre la población, como si los ciudadanos fuesen los culpables de la casta parasitaria que han tenido que aguantar a lo largo de las últimas décadas. Si en algo se han destacado los políticos helenos es por su gusto por lo suntuario, por el derroche, por gastar sin previsión y, sobre todo, porque el resto de Europa pague sus gracietas.
Sin embargo, con un poco de suerte, Merkel y Sarkozy pueden conseguir que los griegos acaben fuera de un selecto club donde no sólo se pide etiqueta, sino además fondos que avalen esa Visa Oro. Grecia puede presumir de etiqueta, pero si se mira con detenimiento es más falsa que un euro con la cara de Abraham Lincoln y su capacidad económica tiene menos fondo que un minipiso de la señora Trujillo.
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