He aprovechado este fin de semana para trasladarme a El Hierro a ver los efectos del volcán submarino, entre otras razones, porque siendo mucho más joven perdí la oportunidad de trasladarme a La Palma a presenciar la erupción del Teneguía, y no es cuestión, en materia temporal, de creerse que uno que va a tener muchas más oportunidades de poder presenciar un fenómeno de la naturaleza como es el nacimiento de un volcán. Igual pasa un millón de años y no vuelve a plantearse la oportunidad, y claro, vaya usted a saber en qué punto cósmico podamos estar en dicha fecha. Igual entonces ni siquiera haya alguien que contabilice el tiempo…
Desde Tenerife he seguido con interés el proceso del nacimiento de este nuevo volcán, y si quieren que les diga la verdad, estaba ya un poco harto del tema. Es más, escuchaba las declaraciones de los políticos herreños pidiendo ayudas económicas y pensaba que la cosa no era para tanto, pues la existencia misma del fenómeno se conformaba como una oportunidad para revitalizar la economía insular. Entre comités científicos, medidas de prevención a favor de garantizar la seguridad de la población, declaraciones de políticos y ciudadanos afectados, así como empleo masivo de medios televisivos autonómicos y nacionales, estaba hasta la mismísima coronilla.
Sin embargo, cuando llegué el sábado a la Restinga, me llevé una dura impresión. El día estaba soleado. No había prácticamente embarcaciones en el muelle, el pueblo parecía deshabitado, bares y restaurantes estaban vacíos, nadie se bañaba en la playa, las empresas de buceo estaban inactivas… y con los vecinos que hablé, su rostro denotaba angustia y desánimo ante la incertidumbre. Para ellos, la presencia de un volcán submarino que de momento sólo puede ser imaginado, no ha sido una buena noticia. Viviendo del mar, de la restauración y del turismo, están atenazados por el temor y las consecuencias negativas que de momento ha provocado la naturaleza.
Sin saber a ciencia cierta lo que pueda ocurrir en el futuro más inmediato, lo cierto es que de momento lo que se respira en La Restinga y en toda la isla es incertidumbre, pero también, pérdidas económicas para aquellos que han visto cómo se anulaban las reservas de apartamentos y hoteles, de prácticas de buceo, de realización de sus faenas de pesca, de visitas a restaurantes y casas de comida… En fin, una situación que resulta dura para los herreños y difícilmente imaginable para los que desde fuera de la isla seguimos los acontecimientos a través de los medios de comunicación.
Cuando regrese a Tenerife estoy seguro que seguiré al tanto de las noticias sobre el volcán de El Hierro, pero lo haré con una disposición bien distinta a la que he tenido hasta mi visita a la Restinga. Y es que la realidad suele parecerse poco a la imagen, letra y sonido con la que nos suelen bombardear los medios.
Guillermo Núñez
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