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Lavadora de textos. El Hierro también existe. Por Ramón Alemán

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La isla de El Hierro, como Teruel y como ese sur al que cantaron Benedetti y Serrat, también existe. El Hierro es pequeña, discreta, misteriosa y tranquila. Y una gran desconocida para la inmensa mayoría de los españoles del continente, que no sabrían señalarla si les pusieran delante un mapa de las Islas Canarias. Pero como la actualidad manda, en estos días toda España habla de esa posible erupción volcánica que tiene a los herreños agitados, no por los terremotos, sino por una inesperada invasión de periodistas, científicos y militares. Y algunos de los redactores enviados desde Madrid están dando claras muestras de su pertenencia a esa mayoría que hasta hace unas semanas no tenía ni idea de que El Hierro es el sur de Canarias y tiene menos habitantes que Teruel.

El otro día citaba aquí a la Defensora del Lector de El País, que habla en su blog de la importancia de que los profesionales de la información cumplan con las reglas de su oficio. El sentido común me dice que dos de esas reglas son dominar y respetar la lengua –herramienta fundamental de su actividad– y documentarse adecuadamente sobre las circunstancias y los antecedentes de aquello sobre lo que van a informar.

Lamentablemente, algunos de los periodistas peninsulares que cuentan en estos días lo que pasa en El Hierro están cometiendo errores que a los canarios –periodistas y no periodistas– nos hacen reír, aunque tal vez deberían ser motivo de indignación. Por ejemplo, en un medio de comunicación se dijo que la última erupción ocurrida en Canarias –la del Teneguía, en 1971– tuvo lugar precisamente en El Hierro. Una simple búsqueda en Google habría bastado para saber que el inofensivo Teneguía está en La Palma. El periodista, por tanto, se documentó malamente e incumplió una de las dos reglas de las que les hablaba más arriba.

Pero la regla que realmente nos interesa aquí es la otra: esa que ordena dominar y respetar la lengua. Cumplir esta norma resulta menos complicado de lo que podría parecer, pero para hacerlo hay que ser modesto, hay que dudar, hay que ser riguroso y hay que consultar –y saber consultar– los diccionarios. Y tengo la impresión de que nada de eso hizo el enviado especial de un periódico nacional que el pasado jueves escribió, en un reportaje publicado en Internet, que El Hierro es “un islote”.

Tal disparate, que fue objeto de mofa por parte de los lectores, es un ejemplo claro de incumplimiento de esa segunda regla: el periodista usó mal su herramienta fundamental. En el primer párrafo del reportaje dice que El Hierro tiene 10.000 habitantes, y ese dato –que es cierto– demuestra que el autor del texto no consultó el diccionario antes de escribir la palabra ‘islote’, para la que la Real Academia Española tiene dos definiciones: ‘Isla pequeña y despoblada’ y ‘peñasco muy grande, rodeado de mar’.

Del contenido de la información se deduce que el redactor tuvo el honor de hablar con algunos habitantes de El Hierro, así que no cabe la menor duda de que sabía que la isla no está despoblada. En cuanto a la segunda acepción que la RAE da a la palabra ‘islote’, resulta que un ‘peñasco’ es una ‘peña grande y elevada’, y una ‘peña’ es una ‘piedra grande sin labrar, según la produce la naturaleza’. Y teniendo en cuenta que el periodista solo pudo entrar en El Hierro a través de su aeropuerto o de su puerto, tuvo que ser evidente para él que lo que pisó al bajar del avión o del barco no era una piedra, pues las piedras, por muy grandes que sean, no disponen de espacio suficiente para construir sobre ellas un aeropuerto o un puerto.

Un minuto –lo que se tarda en buscar una palabra en el diccionario– habría sido suficiente para que la sección de comentarios de la noticia no se hubiera inundado de todo tipo de quejas y bromas de los lectores, que no solo son los consumidores del producto de este periodista, sino que de tontos no tienen ni un pelo.

Para concluir, y como gesto de desagravio de un casi herreño (gracias, mamá) hacia los herreños, voy a hurgar en la herida con otros dos errores que detecté en el texto de este despistado visitante. Para empezar, dice el periodista que uno de los seísmos “ha llegado hasta los 3’8 grados en la escala de Richter”, pero es algo aceptado por parte de los especialistas en ortotipografía que la separación entre enteros y decimales se marca con una coma y no con un apóstrofo, como hizo él. Por otra parte, el autor comenta el deseo de una niña de El Hierro de ser “karateka”. Pues bien, el Diccionario panhispánico de dudas recoge esta palabra, pero prefiere que escribamos ‘karateca’, y el diccionario de la RAE simplemente no acepta la segunda ‘k’.

A modo de posdata: no ha sido mi intención molestar al redactor que vio un islote donde en realidad hay una isla. Tampoco he pretendido hacer burla de su trabajo. Solo he aprovechado su error (un desafortunado despiste) para hablar una vez más del arte de la escritura y, de paso, para rendir un apasionado homenaje a la isla de El Hierro. Estoy convencido de que ese periodista sabe que hay que llamar a todas las cosas por su nombre. Y si no lo sabe, peor para él.

Ramón Alemán en http://www.lavadoradetextos.com

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