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EL PERDIGUERO. Canarios. Por Fernando Fernández

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Me fui hasta La Gomera para asistir a algunos actos de las Fiestas Colombinas que desde hace 52 años se vienen celebrando en la isla. Por primera vez utilicé el avión para el desplazamiento permitiéndome admirar su orografía, que desde lo alto ofrece una visión inédita para el visitante. He pensado siempre que La Gomera es una de nuestras islas con mayor carácter y seguramente ello está condicionado en alguna manera por una geografía imposible, que influye en la forma de ser de los gomeros.

Mientras el avión me acercaba hasta tomar tierra en su aeropuerto, recordé una anécdota vivida hace ya años. Ocurrió en 1987, durante mi primera visita oficial a Gran Canaria, en Tasartico, en el municipio de La Aldea, un lugar remoto de la isla redonda. Se me acercó un campesino, vestido con ropa de labranza y tocado con un cachorro negro. Después de saludarnos habló del aeropuerto de La Gomera, por entonces motivo de cierta controversia a propósito de su construcción. Ninguna queja expresó sobre las muchas carencias de Tasartico. Hagan ese aeropuerto a los gomeros, dijo para sorpresa de los presentes. Y añadió: “mientras esa sea la única isla sin aeropuerto, los gomeros nunca estarán contentos”.

Fue aquella una lección de cómo expresa nuestra gente  su canariedad, desde el entendimiento del hecho insular. No dijo que el aeropuerto fuera necesario o no, sino que los gomeros se sentirían discriminados mientras no lo tuvieran.

En las escasas 48 horas que estuve en La Villa tuve el mismo sentimiento que experimento cada vez que asisto a alguna de las muchas fiestas populares que se celebran en las islas, no importa en cuál de ellas. Aquí, entre nosotros, la gente del pueblo llano y sencillo se siente canaria. Para que no parezca una perogrullada, lo diré de otra forma. El pleito insular, el enfrentamiento y hasta el odio entre canarios, está instalado solo en una élite, una minoría, no importa cuál, que lo utiliza en beneficio propio.

A su manera, con la idiosincrasia propia de cada una de las islas, los canarios celebramos las fiestas expresando nuestros sentimientos de parecidas maneras. Marineras y saltonas por San Ginés en Lanzarote; sobrias y elegantes en La Palma; engalanadas por la flor de los almendros en Tejeda, a la sombra del Nublo, en las cumbres de la Gran Canaria, como nos dijo Néstor; bajo el cielo y junto a la mar que cruzó el Almirante rumbo al Nuevo Mundo, en la Gomera.  Los canarios cantamos a nuestras tradiciones y expresamos nuestros sentimientos al ritmo de nuestro rico e incomparable folklore.

En una plaza abarrotada, con muchos vecinos de pie y en atento silencio, escuchamos al presidente del Cabildo gomero explicar la razón por la que por primera vez en 52 años, en esta ocasión las fiestas estaban dedicadas a La Gomera. En tiempos tan difíciles como los actuales, recordar su historia y  a sus hijos más preclaros es una forma de estimular la autoestima y animarnos para superar tantas dificultades. Don Jerónimo Saavedra, en nombre de los ex presidentes allí presentes, recordó lo que los sucesivos gobiernos de la Comunidad Canaria han significado para atender las necesidades de islas abandonadas secularmente. Don José Segura, erudito y con la extensión adecuada, recordó la aportación de algunos gomeros ilustres cuya altura intelectual rebasó con creces los límites insulares.  Especialmente pertinente para la ocasión me pareció la glosa de Antonio Ruiz de Padrón y su aportación al constitucionalismo español, a propósito de la Pepa, la Constitución liberal de 1812 que aprobaron las Cortes de Cádiz y cuyo bicentenario se celebrará en apenas unos meses. Igual que el recordado  Gumersindo Trujillo Fernández, constitucionalista prestigioso, catedrático, rector de la Universidad lagunera y primer presidente del Consejo Consultivo de Canarias, a cuya sabiduría y buen hacer  tanto debemos los canarios.

Mientras escuchaba, llamó mi atención la actitud de quien, por el lugar que ocupaba, supuse la primera autoridad militar del archipiélago, al que no conocía. Su expresión trasmitía tanto interés como sorpresa. Finalizado el acto me acerqué a saludarle. Efectivamente, el general César Muro Benayas me dijo que hace solo unas semanas que ha tomado posesión y en la que era su primera visita a la isla colombina, lo menos que pudo imaginar era asistir a un acto del nivel del  que habíamos presenciado.

Aún faltaba el plato fuerte de la actuación de Los Sabandeños, que acudían a la isla después de algunos años ausentes. Los canarios conocemos bien  la talla de los más universales representantes de nuestra música popular, pero siempre me sorprenden cada vez que los escucho y en esta ocasión colombina, la música del otro lado del charco tuvo una presencia significativa. Después del salpicón de isas de un Benito Cabrera pleno de madurez y tras un recorrido por las islas, en el que agradecí el muy palmero sirinoque que Elfidio tuvo a bien dedicarme, un repertorio de boleros fue el homenaje sabandeño a la música hispana. Su versión  de algunas canciones de Maná, el canto de libertad que Gloria Stefan dedicó a Cuba y un derroche del ritmo afrocubano de Lucrecia, fueron un regalo que Los Sabandeños  brindaron a los afortunados canarios que tuvimos la suerte de asistir a  esta edición de las Fiestas Colombinas.

Fernando Fernández

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