Religiones y supersticiones han caminado de la mano desde el inicio de la historia alimentándose mutuamente en un proceso de ósmosis inversa que, en ocasiones, hace difícil distinguir dónde comienzan unas y dónde terminan otras. No es difícil encontrar personas muy religiosas que profesan una fe devota por el santo o la virgen de turno y, al mismo tiempo, se aferran a un amuleto con la misma creencia que en la acción divina. De hecho, en Puerto Rico me encontré el amuleto más divertido y eficiente que he conocido –al menos la gente a la que se lo regalé dio fe de que obraba milagros- y que no era otra cosa que un saquito con minúsculas figurillas humanas llamado ‘gente preocupada’. Según el manual de instrucciones, al acostarse uno debía abrir el saco, contarles sus problemas a los machangos, cerrar el saco y dormir a pierna suelta. Las figurillas, mientras uno descansaba, seguían dándole vueltas a las cuestiones planteadas, de ahí su nombre: gente preocupada. Y sale bastante más barato que un psicólogo. Se los aseguro.
En este país, teóricamente aconfesional, nos entregamos con la misma contradicción al laicismo más exigente y al catolicismo más practicante sin perder de vista el aspecto más interesante de ambas prácticas: el electorado. O sea, todos nosotros. Por eso ayer, Paulino Rivero y José Manuel Soria se enfundaron una versión casual de Coronel Tapioca y se me echaron al monte camino de Teror para ir a ver a la Virgen del Pino. La imagen del presidente canario bajándose del coche oficial con pantalón corto y zapatillas de cordones vistosos no consiguió impactarme lo suficiente como para postrarme en tierra y encomendarme a la Patrona, pero cuando dijo que iba a Teror para pedirle a la Virgen salud y trabajo para todos los canarios me acordé de los recortes presupuestarios y ahí sí, en ese momento caí de rodillas y mirando al cielo exclamé ¡Dios nos coja confesados!
Yo que tú miraría muy bien las caritas de esos machangos que siempre están preocupados y obran el milagro, no vaya a ser que se encuentre entre ellos un tal Paulino, un Soria, o algún que otro socialista (derrotado en las urnas pero con más poder). Entonces dejarían de ser personas preocupadas y pasarían a formar parte de ese reducido pero siempre selecto grupo de personas endemoniadas. Y lo de dormir a pierna suelta, aquí en Canarias, por lo menos en las dos capitales, es una quimera. Ni los más viejos del lugar lo recuerdan, pongo por caso a Saavedra.