Recientemente ha sido noticia la pretensión de la ex primera dama de Guatemala, la Sra. Sandra Torres, de presentarse a las elecciones presidenciales del próximo domingo, día 11, y finalmente declarada inelegible por el Tribunal Constitucional. El caso mereció mayor atención por sus tintes folletinescos. Sandra Torres estuvo casada con el aún presidente Álvaro Colom, del que se divorció en abril pasado, un divorcio de conveniencia o un divorcio por amor al poder, según algunos. La Constitución de Guatemala, como la de otras repúblicas en la América hispana prohíbe la reelección en mandatos consecutivos de un presidente de la Republica o de sus familiares más próximos. Esa sería la razón que habría alentado el divorcio de la pareja, para burlar la ley y seguir ocupando la residencia presidencial, siguiendo el modelo ya ensayado en Argentina por los Kirchner.
Me siento vinculado a Guatemala por varias razones, a las que no es ajeno el Hermanito Pedro, como allí llaman al primer y único canario en llegar a los altares, por quien siento especial devoción. Asistí como observador a las elecciones de 1995, 1999, 2003 y 2007, a las 2 vueltas de cada una de ellas. En 2003 presidí la delegación del Parlamento Europeo. Fue la única Navidad que no he compartido con mi familia. La segunda vuelta se celebró el 28 de diciembre y allí pasé esas fechas, acompañado de mi esposa. He tenido entrevistas con casi todos los candidatos y sus equipos, con miembros de los órganos jurisdiccionales competentes en un proceso electoral, con analistas políticos, amigos y un largo etcétera. Con motivo de la frustrada candidatura de Sandra Torres, he revisado mis documentos sobre Guatemala, especialmente mis notas manuscritas mientras celebraba una entrevista con alguien u observaba algún hecho reseñable. Al hacerlo, verifico que lo ahora sucedido no es nuevo, ni ocurre solo allí. Y he vuelto a leer “Week end en Guatemala”, un relato corto del Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, un revelador documento sobre la omnipresencia de Estados Unidos y las relaciones, ya entonces, de miembros de la guerrilla con los narcos que traficaban con “nieve” colombiana para los mercados del Norte.
He conocido a Vinicio Cerezo, elegido presidente en 1986; a Álvaro Arzú, en 1995; a Portillo, en 1999; a Oscar Bergé, en 2003; a Álvaro Colóm y al otra vez candidato y favorito en las encuestas, general retirado Otto Pérez Molina. Con Cerezo coincidí siendo él diputado del Parlacén (Parlamento Centroamericano), institución similar al Parlamento Europeo de 1979, pero con menos competencias. Era, y es, rico por su casa y un hombre honorable. Al terminar su mandato, su esposa quiso ser candidata presidencial, como Sandra Torres ahora, pero su candidatura fue invalidada por la Corte Constitucional, con argumentos similares a los utilizados ahora. Cuando fue elegido su sucesor, Serrano Elías, no asistió a su toma de posesión, se embarcó en un yate con su familia para un crucero alrededor del mundo y no regresó hasta mucho tiempo después.
Serrano Elías, elegido en 1990 y en cuyo gobierno ya estaba Colom, pretendió interrumpir el proceso democrático con un autogolpe. Álvaro Arzú, en mi opinión el político más fecundo y duradero de Guatemala, fue elegido para el periodo 1996-2000 y firmó los acuerdos de paz que pusieron fin a 30 años de guerra que incendiaron toda la región, cuyas secuelas aún perduran. Fue alcalde de la Ciudad de Guatemala en 1982 y en 1986; de nuevo elegido y reelegido en 2003 y 2007, ahora opta a un quinto mandato como alcalde capitalino. Fundó con Oscar Bergé el Partido de Avanzada Nacional (PAN), que luego ambos abandonaron para fundar otro; Arzú el Partido Unionista y Bergé la GANA (Gran Alianza Nacional). Alfonso Portillo ha sido un garbanzo negro de la democracia guatemalteca. Acusado de malversación y cohecho, huyó y se exilio en México, de donde regresó para ser juzgado por la justicia de su país y encarcelado.
Cuando en 2003 Bergé fue elegido presidente, en un libro que publiqué sobre América Latina años atrás, señalé los retos a los que se enfrentaba: dar estabilidad política y económica al país para hacer las reformas necesarias y modernizarlo; mejorar la seguridad ciudadana para erradicar la criminalidad; luchar contra la corrupción y mejorar la situación de los derechos humanos, especialmente en temas como los “feminicidios” y el escandaloso negocio de la venta y adopción de niños, que se hacía a la luz del día en el hall de los hoteles de Guatemala, lo que denuncié en diversos foros y a cuya solución traté de contribuir, apoyando desde la UE los intento del Presidente Bergé y de su esposa, implicada personalmente en estos problemas.
En 2007 el favorito en las encuestas era, como ahora, el citado Otto Pérez Molina, que en representación del Ejército firmó en 1996 los Acuerdos de Paz, junto al líder guerrillero Rodrigo Asturias, el presidente Arzú y el costarricense Oscar Arias, que recibiría el Premio Nobel de la Paz. Su lema de campaña fue el mismo que ahora, “Mano dura”. Aquella elección la ganó Álvaro Colom, que en su tercer intento vio premiada su perseverancia.
Los años pasan pero los protagonistas se repiten y los problemas son similares o más graves, como la criminalidad y la corrupción que, a pesar de ser un país rico en recursos, han llevado a Guatemala al borde de convertirse en un estado fallido.
Sin entrar en su rocambolesco divorcio, que corresponde a la vida privada de una pareja, a nadie debe extrañar la intensión de Sandra Torres de ser candidata por su partido, la UNE (Unión Nacional de la Esperanza), el mismo de Álvaro Colom. Cuando en 2003 se casaron en segundas nupcias, tenían una larga trayectoria política. Colom ganó las elecciones en 2007. En 1999 fue candidato del URNG (Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca). Luego creó la UNE, junto a otros activistas políticos y sociales, entre ellos la misma Sandra Torres. UNE no se vio libre de algunos escándalos, como su nunca demostrada financiación por el FRG del golpista Ríos Montt y del ex presidente Portillo. La misma Sandra Torres fue acusada de tráfico de influencias y malversación, delitos nunca demostrados. Durante una entrevista con Álvaro Colom quise conocer su opinión sobre la posibilidad de modificar la Constitución para hacer posible su reelección, siguiendo el ejemplo de Hugo Chávez, luego imitado por otros. “Eso no está en mi agenda”, respondió. Lo mismo pregunté a Otto Pérez Molina, quien no descartó esa posibilidad.
Uno de los secretos mejor guardados de Guatemala, para el que nadie me ha dado una respuesta convincente y verosímil, es que pese a sus elevados índices de pobreza y que la población indígena es mayoritaria, la representación política de la izquierda y de los indígenas es irrelevante. Cuando el citado líder guerrillero Rodrigo Asturias fue candidato en 2003, alcanzó un exiguo 1,9 por ciento de los votos y cuando en 2007 la URNG cambió de candidato y de siglas, para presentarse como MAIZ (Movimiento Amplio de Izquierdas), tuvo aún menos. Rigoberta Menchú, jaleada por la izquierda europea y premio Nobel de la Paz; fue candidata en 2007 y alcanzó un 3 por ciento de los votos, más que los que ahora predicen las encuestas en su nueva aventura como candidata presidencial.
El caso de Guatemala que he resumido con cierto detalle no es muy distinto al de otros países de la América hispana, con algunas pocas excepciones. Cuando en 2009 me invitaron a la Cumbre de las Américas en Trinidad, la primera a la que asistió Obama, escuché al otra vez presidente costarricense Oscar Arias un discurso memorable. Recordó emotivamente que en 1750 todos los americanos, los del norte y los del sur, eran iguales:”Todos eran pobres”. En esa fecha, cuando en la América hispana existía un buen número de prestigiosas universidades, Estados Unidos no había fundado Harvard, la primera de las suyas. Y si en 1950 un ciudadano medio norteamericano era 4 veces más rico que un hispanoamericano, hoy lo es 10 o 15 veces más. “Algo hicimos mal”, sentenció, mirando a Hugo Chávez y Evo Morales, al que aludió expresamente por su nombre.
Un gasto ínfimo en educación y en sanidad; servicios públicos precarios o inexistentes; una revolución industrial nunca realizada; reformas agrarias, económicas y fiscales siempre pendientes; pobreza e inequidad social; inestabilidad y debilidad de las instituciones democráticas; fraude y corrupción, que afecta a los partidos políticos y a sus representantes. “Eso y más, es solo culpa nuestra”, concluyó Oscar Arias, sorprendentemente muy aplaudido. Ninguno de los presentes se sintió aludido.
Fernando Fernández
Los países centroamericanos son el intento fallido de democracia, se quieren hacer buenos esfuerzos pero hay alguien detrás diciendo que eso no es correcto porque no son acciones que vayan en beneficio de ciertos sectores, es mejor tener a un pueblo con hambre que verlo desarrollarse no quieren competencia.
El dato que tenemos actualmente y por el cual los guatemaltecos deberíamos de estar preocupados es por el panorama electoral que se nos presenta, nuestra democracia definitivamente que habrá que rescatarla, pese a la corrupción que existe abra que salir adelante y ejercer un voto más consiente en esta contienda.