“En la Piragua apuñalaron a tres muchachos la otra noche”; “no pases por Zapata y G, que están asaltando”; “un ex policía mató a un menor de edad por robarle unos mamoncillos”; “a Centro Habana, ni se te ocurra entrar después de las diez”. Éstas son algunas de la frases que componen nuestra propia y alternativa crónica roja, parte del flujo informativo sobre la violencia que los medios oficiales no reflejan. Hay una crispación latente que no estalla en una protesta frente a la Plaza de la Revolución ni en una acampada ante el Consejo de Estado, sino que se canaliza en el punzón que entra en la piel durante los carnavales y en la cabilla que se hunde en el hombro en una bronca tumultuaria. Esta irritación permanente –imputable no sólo al calor– hace saltar las navajas en los sitios más impredecibles y hasta levantar los puños a los chiquitines que deberían estar jugando pacíficamente. Un estado de encono que los turistas apenas si notan, rodeados de las fingidas sonrisas de los que quieren alguna propina.
Hace unos días, dos mujeres se tironeaban de los cabellos por subir a un taxi colectivo, un inspector de ómnibus esperaba con un palo a un usuario que se había quejado de su gestión, una madre abofeteaba a su hijo porque se ensució de helado la camisa y un cederista santiaguero golpeaba a un opositor hasta partirle la mandíbula. ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué esta furia que se vuelca contra el otro? ¿Por qué este silencio institucional alrededor de hechos ya inherentes a nuestra cotidianidad? Recuerdo haber estado un par de horas en una estación de policía y sorprenderme de la cantidad de extranjeros que vinieron a denunciar un robo con fuerza. Unos tras otros llegaban y el oficial de guardia se ponía las manos en la cabeza. “Esto es demasiado”, le oí decir.
¿Creen acaso las autoridades de nuestro país que por no mencionar esos riesgos van a hacer que desaparezcan? ¿Pensarán acaso que la inexistencia de un reporte sobre la violencia que azota la ciudad provocará que esta disminuya? Estoy harta de encender la tele y ver solamente los incidentes que ocurren en las calles de New York o de Berlín. Tengo un hijo de 16 años y quiero saber a los peligros que se enfrenta al cruzar el umbral de nuestra puerta. Basta ya de falsear las estadísticas, manipular los certificados de lesiones, ocultar los resultados de la rabia. Somos una sociedad donde el golpe y el grito han sustituido a la palabra. Confesémoslo y empecemos a buscar soluciones para eso.
Yoani Sánchez
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